martes, 14 de mayo de 2013

Gracias, Constantino




Las palabras de Nietzsche se han hecho realidad; Dios ha muerto. El pasado 12 de mayo se marchaba un poco más lejos un hombre al que muchos medios han malinformado como “desaparecido”. ¿Cómo desaparece una voz como la de Constantino Romero?
Nací en el 91, años dorados para el doblaje; la cantidad de películas, series de televisión americanas, europeas y niponas que atravesaban la pantalla cambiando sus voces a algo más entendible era incontable. Cuando no estabámos embobados con Bola de dragón, Los Snorkels, La vuelta al mundo de Willie Fogg, Calimero, Los Trotamúsicos, Oliver y Benji, Mosqueperros… mirábamos aturdidos La 2 donde una tal Leticia Sabater con un extraño TOC que la hacía gritar “A toda marcha!” cada x tiempo fingía hacer running sin apenas moverse. 

Me hacía mayor y fui creciendo insconscientemente la mayor parte del tiempo, hasta que un día, con casi 4 años repartidos en los bolsillos de mi babi, mis padres decidieron llevarme al cine. Esto se habría considerado en cualquier otra ocasión una forma altruista de regalarme entretenimiento y cultura, pero esta vez fue mucho más. Entré a la sala de unos ya desaparecidos cines de aspecto teatral y señor de la linterna para ver El rey león, y sin saber que ésta iba a seguir siendo, casi dos décadas después, una de las películas que más consigue emocionarme. ¿Os imagináis a Mufasa con otra voz? Yo tampoco. Ni siquiera fingiendo un poco de postureo modernete, siento curiosidad por cambiarla a la Versión Original.
El resultado de esta visita a las salas fue una posterior rabieta, meses después, por el VHS de la película, el cual acabó un poco quemado de tanto ver y rebobinar. Sí, por aquél entonces también rebobinábamos. 
La mayor parte de las tardes las pasaba con mis abuelos, y con mi abuelo al mando de la tele, me tocaba ver Alta tensión, donde la voz de Mufasa repartía y recortaba pesetas a diestro y siniestro. ¿Y quién no recuerda La parodia nacional?

Por supuesto habían otras cosas, también jugábamos a polis y a cacos, a matarnos a base de tiros imaginarios en el patio del colegio, pronunciando “Sayonara, baby” como si acaso supiéramos lo que significaba. Que en el fondo sí; era cuando cuando la voz de Mufasa, la que repartía y recortaba premios y Terminator, te decía “aquí es donde la palmas, bonico”. Otra de las frases sin la cual nuestra generación no sería lo mismo, (y vinimos con ella de fábrica, puesto que se trata de una frase de los 80) “Yo soy tu padre” nos hacía sospechar, haciendo relaciones entre lo que conocíamos de este señor, su voz, y las descripciones que nos daban en catequesis, que sí, efectivamente Constantino debía ser algo parecido al Señor del que tanto nos hablaban. A todas estas podríamos añadir el “Yo soy Bond, James Bond” de Roger Moore, el gremlin listo de Gremblins 2, el discurso final de Blade Runner, el espíritu serio y calmado de Clint Eastwood en todas sus películas y, por qué no, la voz de los colchones más supuestamente cómodos del mercado.
Luego crecimos y supimos ponerle nombre -y bigote- a esa voz, la imaginación se nos pudo atrofiar un poco, pero seguíamos emocionándonos con el Rey León y sabiendo identificar el timbre que lideraba un mundo audiovisual en el que habíamos crecido.

Hace algún tiempo, se hizo una encuesta en la que se preguntaba a quién sonaría la voz de Dios, y todos nosotros, que sabíamos quien repartía premios o desgracias, que habíamos sido inconscientemente adoptados por el espíritu de Mufasa y que soñábamos como una moto como la de Terminator o luchar contra Darth Vader, lo tuvimos bastante claro; la voz de Dios sonaba como la de Constantino Romero. ¿Desaparecido? Difícil mientras siga protagonizando este gran número de recuerdos. Gracias, Constantino.

C.T